lunes, 5 de abril de 2010

TERMINATOR II (y los ídolos de barro)


Somos parte del público, somos parte del problema.

¿Quién es el héroe de Terminator II? Sarah Connor? Terminator? Terminator viene del futuro programado para proteger a John Connor, sin importar más nada, a qué o quién hay que llevarse por delante. Mata gente en el camino. John es un malandrín, adoptado por idiotas (una especie de Luke Skywalker más noventoso.) Sarah, intensa, amargada, obsesionada, desesperanzada, pero preparada. Terminator sólo quiere proteger a John. Pero John, al darse cuenta que su madre nunca le mintió, ni estaba loca, decide ir por ella y eso es lo que pone en marcha el viaje y la aventura. John se expone innecesariamente y va más allá de su destino escrito (NO FATE, tallará luego Sarah con un cuchillo en la mesa.) Lo mismo hace Sarah al decidir hacer su parte en pro del futuro: destruir a Miles Dyson y a Cyberdine, gérmenes de Skynet. John muestra de qué está hecho al defender ante todo la vida humana. Terminator II es la serie de eventos que forjan al futuro líder de la humanidad. A su corta edad John entiende el destino trágico de la humanidad (la violencia implícita en el juego de dos niñitos) mientras descubre el lado humano de la máquina, Terminator. La máquina no tiene otra naturaleza sino la de quien la usa y cómo la usa. No puede ser dejada a la deriva, a merced de su propia existencia amoral. John Connor obliga a Terminator a respetar la vida humana, dándole a esta historia su carácter definitivo. Por supuesto que Terminator es una máquina de segunda. Sólo este cyborg primitivo puede aún subyugarse a lo humano. (Otra reflexión sobre los límites del progreso tecnológico y sus consecuencias. Pura y trascendente ciencia-ficción.) ¿Es acaso lo correcto? Debemos creer que sí. No es lo único en esta película que depende de la fe. El proceso de “humanización” de Terminator es inverosímil pero hermoso y poético: queremos y necesitamos creérnoslo. Disimuladamente nos dejamos (o no) encantar. Classic Hollywood: Terminator sonríe, malandrea, se disculpa, y hasta llega a envidiar la vulnerabilidad humana (“Ahora entiendo por qué lloran, pero es algo que jamás podré hacer.”) Sarah, por otro lado, ensimismada por una misión mucho más grande que ella, ha perdido su humanidad. Sacrifica sus sentimientos, su instinto maternal, ante la consciencia de hallarse en una guerra silenciosa e invisible, cuyo resultado, además, ya se decidió en el futuro (“todos ustedes ya están muertos.”) Casi se convierte ella misma en un exterminador. John rescata a Sarah de esta suerte. John está destinado a ser el salvador de la humanidad como ideal y no sólo en el sentido estrictamente físico, la supervivencia de la especie. John, como un moderno Jesucristo. El padre de John, en la primera parte, viene a anunciarle a María (quiero decir, Sarah) que está esperando un niño que será el salvador de la humanidad. En ángel anuncia y siembra la semilla. Pero Herodes también ha escuchado la noticia y también quiere tomar al destino por las greñas. La matanza de los inocentes en este caso corresponde a una lista de nombres en la guía telefónica: Sarah Connor, Sarah Connor, Sarah Connor. John Connor envía a su propio padre a fecundar a su madre en el pasado. Todo está escrito pero hay que llevarlo a cabo ritual y cíclicamente. John es Padre, Hijo, Espíritu Santo.

Pocas veces se rompe la regla “las segundas partes nunca son buenas.” Terminator II es una de las contundentes excepciones. En su complejidad de argumento y personajes casi reduce a la primera parte a mera introducción. Introducción que se agradece, pero en la que verdaderamente, señores, aún no han visto nada.

No mucho se puede decir, en cambio, de las entregas posteriores. Terminator muere en el capítulo II y James Cameron se mueve como un zombie en los espeluznantes territorios de Titanic y Avatar.

Paz a sus restos.

Pedro.

1 comentario:

  1. ¿Qué fue de ese Cameron de Alien, El abismo, o de Días Extraños (Guionista)? ¿Será lo que dices? entró a "Zombieland" y ya no hay nadie que lo saque de ahí?

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